Vivimos en un tiempo donde somos prisioneros de lo fugaz, de
lo veloz. Queremos llegar rápido, queremos salir antes, deseamos estar siempre
en otro lugar y muy poco en el espacio donde realmente estamos, nos enamoramos
y olvidamos de manera impalpable, intangible, todo se rompe por completo, se
nos incrusta una rutina haciendo que todo sea de moneda común y corriente. No
es un buen tiempo para el tiempo, para el perderse en una mirada, para pasarse
de paradas con el bondi y caminar, ni siquiera para bajarte antes. Pero hay
algo que me parece aún más grave, y es parte de esta realidad y es que no
tenemos en cuenta que jugamos, jugamos todos, todo el tiempo, con todo. Jugamos
a ser mejores y diferentes, a sentirnos medio acompañados por compartir las
sábanas con alguien, a ser exitosos, a estar en la moda, a decir la frase que
se usa, a tener una vida de la que, muchas veces y con plena conciencia, no
elegiríamos. Pero lo más grave del juego es cuando el otro no quiere jugar. Yo
no quiero jugar, no al menos con estas reglas, no en este juego, no me gusta,
no me divierte, me marea. Terminamos desconfiando uno de todos y todos de uno,
nadie quiere destrozarse pero morimos por ser atravesados, aunque sea una sola
vez. Desean sentir pero les da miedo? A qué le tenemos miedo? Dónde nos vamos
los que queremos cambiar las reglas y hacerlas más simples, menos egoístas para
que la partida dure más?
Paradójico el tiempo en el que estamos. . parece que no nos podemos escapar y, lo peor
de todo, no nos podemos encontrar… .
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