martes, 26 de agosto de 2014

Vivimos en un tiempo donde somos prisioneros de lo fugaz, de lo veloz. Queremos llegar rápido, queremos salir antes, deseamos estar siempre en otro lugar y muy poco en el espacio donde realmente estamos, nos enamoramos y olvidamos de manera impalpable, intangible, todo se rompe por completo, se nos incrusta una rutina haciendo que todo sea de moneda común y corriente. No es un buen tiempo para el tiempo, para el perderse en una mirada, para pasarse de paradas con el bondi y caminar, ni siquiera para bajarte antes. Pero hay algo que me parece aún más grave, y es parte de esta realidad y es que no tenemos en cuenta que jugamos, jugamos todos, todo el tiempo, con todo. Jugamos a ser mejores y diferentes, a sentirnos medio acompañados por compartir las sábanas con alguien, a ser exitosos, a estar en la moda, a decir la frase que se usa, a tener una vida de la que, muchas veces y con plena conciencia, no elegiríamos. Pero lo más grave del juego es cuando el otro no quiere jugar. Yo no quiero jugar, no al menos con estas reglas, no en este juego, no me gusta, no me divierte, me marea. Terminamos desconfiando uno de todos y todos de uno, nadie quiere destrozarse pero morimos por ser atravesados, aunque sea una sola vez. Desean sentir pero les da miedo? A qué le tenemos miedo? Dónde nos vamos los que queremos cambiar las reglas y hacerlas más simples, menos egoístas para que la partida dure más?

Paradójico el tiempo en el que estamos. .  parece que no nos podemos escapar y, lo peor de todo, no nos podemos encontrar… . 

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